
La práctica de las artes visuales consiste en crear imágenes en un plano bidimensional, explotando los alcances del espacio tridimensional o ejecutando acciones en que lo importante es la experiencia y la interactividad. Para esto parece obvio que la originalidad tiene que ser una de las cualidades importantes para estas creaciones, pero ¿qué pasa si una obra se construye con fragmentos de otras obras? No me refiero a las obras creadas con claros referentes a otras, sino a las creadas con extractos y fragmentos de otras. ¿Es acaso un plagio?

En el proceso artístico se descubre, se experimenta. Hay casos en los que crear un discurso también conlleva el seleccionar, el elegir fragmentos para configurarlos en un nuevo discurso. Una imagen tiene un contexto (como el servir de publicidad o para transmitir el mensaje de un artista), pero al tomar una parte de esta imagen para ponerla junto a otras, la descontextualizamos. En ocasiones se libera a una imagen de un estado de culto para reírnos y disfrutar de ésta, en otras se toma algo aparentemente banal para hacerlo un ícono y entonces venerarlo. Sea cual sea el caso, la imagen es apartada de su significado original para asignarle uno nuevo, y a esto se le llama recontextualización. Al diablo con las prohibiciones que limitan a un artista. Para seguir hablando del tema, debemos hacer una rápida mirada hacia el pasado.
El siglo XX vino a revolucionar muchas cosas. En el caso del arte, muchos grupos de artistas y bohemios se rebelaban ante la rigidez de un sistema establecido. En busca de caminos alternativos, había quien se sumergía en temas nuevos y diferentes (como el subconsciente, el azar y el juego). Buscaban nuevas formas de explotar la creatividad, la imaginación y lo no evidente. El collage tuvo su origen en este periodo, exactamente en los círculos dadaístas, y es una técnica muy usada desde nivel escolar básico hasta profesional para desarrollar la creatividad y crear nuevos diseños.
En ese mismo siglo, el papel de la publicidad se desarrolla a tal grado que se convierte en un aspecto imperante de la vida cotidiana, y éste sería el inicio de lo que somos ahora: una sociedad plagada de imágenes de todo tipo, desde obras de arte (de las cuales puede que no sepamos su contexto), pasando por personajes ficticios (conocidos por todo el mundo) que representan ideales, hasta los anhelos de las personas materializados en algo real que puede ser alcanzado simplemente deslizando la tarjeta de crédito.
El apropiacionismo fue otra tendencia del arte en Estados Unidos en la década de los ochenta del siglo pasado. La esencia de este movimiento fue la de usar las imágenes que vivimos en el día a día (imágenes familiares y alegóricas de la vida contemporánea) para la construcción de piezas de arte. Un ejemplo perfecto es el artista Richard Prince con su técnica de la refotografía. “Yo hago pintura sin ningún esfuerzo” declaraba el artista. Tomaba la imagen publicitaria para seleccionar un fragmento y dotarla de un nuevo significado, darle una narrativa diferente.
I never associated advertisements with having an author.
-Richard Prince

Para el filósofo francés Michel Foucault, el nombre del autor tiene un gran peso: delimita las obras, le da un modo de existencia y circulación a un discurso dentro de una sociedad; tratamos de manera diferente a las obras dependiendo de quién las firme.
Antes de finales del siglo XVIII no existía dificultad alguna para leer un texto anónimo, las obras no eran bienes de consumo, por lo tanto muchos autores quedaban en el anonimato pues no importaban. Después, en el siglo XIX y sobre todo en el XX, vienen los beneficios legales de poseer los derechos sobre una obra (sobre todo la exclusividad de su explotación comercial), por ello se hace de interés general el ser reconocido como autor de una obra. Ésto es lo que Foucault llama la primera función-autor o apropiación, y marca la manera en que una obra viene a ser entendida como propiedad de un individuo particular e identificable. Aún así, y en opinión de Foucault, se puede dar el fenómeno de muerte del autor: las mismas individualidades del autor se van perdiendo entre los signos y símbolos usados. En las mismas obras puede estar hablando un locutor ficticio y no el autor.


Es importante notar que la figura del autor no está reservada únicamente para quien produce una obra, y esta noción de exclusividad en la explotación económica de la misma va muy acorde con el sistema económico imperante. Usualmente, un autor explota su obra durante su vida, y al morir son sus herederos los que hacen uso de este derecho por muchos años más; pero también se da el caso de empresas grandes que suplen al autor en este respecto haciendo uso de contratos y condiciones. Como ejemplo está que, en muchos casos, cuando compramos un disco, las ganancias provenientes de la explotación comercial de la obra contenida en el mismo van a dar al bolsillo de las disqueras y no de los autores. Los productos culturales y de entretenimiento (desde imágenes hasta música) son un gran negocio, obvio no van a dejar libre a una gallina de huevos de oro.
¿Realmente es malo usar y complementar una obra que no es de nuestra autoría? Depende del punto de vista. Es claro que el autor debe de disfrutar de los frutos de sus esfuerzos, pero hay autores que están dispuestos a compartir su trabajo siempre y cuando se les otorguen los créditos. ¿Por qué no dejar que las personas usen libremente los contenidos? Así cómo hay resultados nefastos, hay propuestas muy interesantes, con expresiones diferentes que valen la pena compartir (desde críticas hasta nuevas interpretaciones). Incluso puede ser beneficioso para las empresas el dejar compartir contenidos, pues se puede ver como difusión masiva de sus productos y contenidos, o como una manera de encontrar nuevos talentos.
¿Lo que conocemos hasta el día de hoy hubiera sido posible sin la existencia de un Leonardo Da Vinci o un Marcel Duchamp? Éstos son autores recurrentemente consultados y de los cuales han surgido diferentes discursos y obras. Desde los que copian literalmente su producción, los que la reinterpretan, los que toman como punto de partida sus trabajos o los que toman fragmentos de estos para hacer algo recontextualizado, algo que rompa con la rigidez de su sacralización, dar un giro de 180 grados.

Arthur C. Danto en Después del fin del arte (1997), al explicar lo que es el arte posmoderno, dice que el arte moderno, el arte del pasado, justamente está para que lo utilicemos de la manera en que nosotros queramos. Hay quien aboga por un mundo de información libre (que no es sinónimo de gratis), pero los intereses económicos no van a dejar que se vayan las oportunidades de negocio, por eso se busca mantener la protección que otorga el copyright. El copyleft busca alternativas para compartir ideas e información y la internet tiene un gran potencial para ser una herramienta de conocimiento global, pero estos últimos temas son para otro artículo.
Para leer más:
FOUCAULT, Michel, «¿Qué es un autor?» , Argentina, Ediciones Literales y El Cuenco de Plata, 2010.
GUASCH, Ana María, «El arte último del siglo XX: Del posminimalismo a lo multicultural», España, Alianza Editorial, 2000.
[…] CAMPECHANEANDO: Obras hechas de otras obras. 10 noviembre, 2015 […]
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